Soledad Intencionada
Memorias de San Cristóbal de las Casas [solo-trip 2022]
“La soledad no es la ausencia de energía o de acción, de hecho, es en esos momentos de soledad, cuando nuestra alma nos transmite las ideas más salvajes” - Clarissa Pinkola Estés.
Finales de abril de 2022.
Después de 18 horas en furgoneta y un parón de 5 horas en la frontera entre Guatemala y México, por fin llegué a San Cristóbal de las Casas. Había dejado mi cama en el hostal del Lago a las 3 de la madrugada y ahora eran las 8 de la tarde, ya de noche.
Nada más poner un pie en la acera, empezó a diluviar. No tenía ni idea de que aquella era la época de lluvias. Así iba yo por mi viaje de monje: sin buscar demasiada información del siguiente destino, solo sintiendo dónde me tocaba ir. Intentando sacudir, poco a poco, las reglas internas - autoimpuestas - que me exigían tenerlo todo planificado.
Mi Airbnb quedaba a 20 minutos a pie de donde me dejó la furgoneta. Por aquel entonces, yo no estaba tan familiarizada con México como lo estoy ahora y aún me sentía insegura respecto a algunas cosas, como por ejemplo, subirme a un taxi sola. Así que aquella tarde caminé. Caminé bajo la lluvia por calles atestadas de gente, cargando mi mochila de 60 litros a la espalda, mi matt de yoga y algunos bártulos extra que ya empezaban a acumularse durante el viaje; bolsas con comida, libros y cuadernos.
No me gusta la lluvia, no me gusta ir cargada, ni las calles llenas de gente. Pero en ese momento, no me afectó. Caminando entre aquellas calles que no había pisado en mi vida, me volvía a sentir en casa: México. No conocía a nadie en aquel pueblo situado entre colinas, estaba sola pero, inexplicablemente, me sentía cobijada.
Llegué exhausta y empapada a mi Airbnb. Una vez allí, saqué varias cosas de mi mochila, me duché, comí algunos frutos secos que me acompañaban desde Guatemala y me fui directa a la cama.
El sol lucía radiante a la mañana siguiente. Quería visitar el Café Frontera para desayunar chilaquiles, sitio recomendado por amigos, conocidos y Google Maps. El ambiente estaba límpido después de las tormentas nocturnas. Fresco y cálido a partes iguales. De camino al café, empecé asomarme detrás de las fachadas coloridas con portones abiertos - para descubrir patios internos, claustros, otros cafés, librerías y centros culturales. Sancris era ciudad. Era cultura. Era una realidad más similar a la mía después de las semanas surrealistas que había vivido en el Lago Atitlán. Bajo el sol y entre jacarandas en flor, las calles de San Cristóbal, me enamoraron.
Sancris fue el primer momento durante mi viaje de monje en el que me “dejé ser”. Del todo. Tuve que hacerlo; una nueva versión de mí misma estaba lista para ser encontrada. Y esa versión pedía - gritaba - tiempo a solas. Mi cuerpo reclamaba descanso y mi cabeza, silencio.
Mis únicos momentos destinados a asueto social fueron los domingos, en los que adopté la costumbre de ir al temazcal mañanero en la montaña de Don Lauro. Lo hacía como quien va a misa, porque sí, un temazcal es un rezo. Unas 50 personas en apenas 15 metros cuadrados, juntos, durante 3 horas. Sudando al son de cantos y tambor. El fuego. Las hierbas. El agua. Y las “abuelitas”, esas piedras incandescentes que ayudan a transmutar todo lo que esté listo para ser soltado. Salir rendida, comer mango para reponerme, encontrar a hermanos y hermanas del camino -la vida- para bajar después al centro y terminar en algún lugar de comida corrida.
Había algunas tardes esporádicas en las que también me apetecía / necesitaba socializar y visitaba Florazón Sagrado, una comunidad ubicada a las afueras de Sancris donde iba a bailar y a beber cacao.
El resto del tiempo, abrazaba mi soledad.
Esas semanas en la capital de la provincia de Chiapas fueron un balance entre actividades holísticas y una vida cotidiana “de pueblo”: salir a correr al orquideario. Ir al mercado. Visitar las incontables iglesias de la ciudad. Practicar yoga en el centro “Ananda”. Pasear por los andadores, en especial el del Real de Guadalupe. Placeres de la vida. Y terminar mudándome a la céntrica calle de Diego Dugelay para estar aún más metida en la vidilla del pueblo.
Mmm…había días en los que desayunaba el delicioso pan “au chocolat” de Roots, la panadería que quedaba enfrente de mi casa. Porque sí, en Sancris me permití hasta eso: desayunar bollos con chocolate varios días por semana. La presión por tener que ser productiva durante mi tiempo de sabático, había quedado atrás en Guatemala y con eso, llegó el ser más permisiva en todos los sentidos.
Esa nueva versión mía que ya estaba lista para ser habitada, me pedía escuchar más finamente a mi alma, a mi voz interior. Es cierto que ya estaba siguiendo sus indicaciones sin cuestionarla - cuestionarme - demasiado: ya había saltado al vacío, pero todavía no la estaba escuchando con atención plena, aún no sabía cómo se hacía, me faltaba práctica. En ese darme aquello que necesitaba, empecé a buscar espacios de soledad intencionada durante los cuales, recibía señales certeras. Atardeceres violetas en el Café Frontera en los que empecé a palpar que, efectivamente, sí podía - y quería - vivir de una manera muy diferente a como lo había hecho hasta entonces.
En Sancris seguía leyendo “Mujeres que Corren con Lobos” de Clarissa Pinkola Estés. No fue un libro que leí de manera convencional; iba leyendo capítulos sueltos. Ojeaba el índice y elegía el capítulo cuyo título llamase mi atención. En San Cristóbal le tocó el turno a “Homing: returning to oneself”. No fue casualidad.
“Es en los momentos de soledad intencionada, momentos también referidos como estar perdido en el pensamiento, soñar despierto o hablar con uno mismo, cuando el alma canaliza ideas a nuestra psique provenientes directamente de nuestra indomable imaginación”. - Clarissa Pinkola Estés.
Yo estaba viviendo eso en mi propia carne. En aquellas tardes de lluvias torrenciales, las ideas “bajaban” desdibujadas y sutiles, pero firmes, cuando me quedaba embobada mirando a través de las ventanas. Ideas y conceptos que anotaba después, ávida, en Notion. Aquellos fueron los primeros momentos en los que ejercí, de manera consciente, la escucha profunda de mi propia voz: ¿qué es lo que quería comunicar? ¿qué necesitaba compartir?.
Después de practicar la soledad intencionada por un tiempo, fui afinando mi capacidad de escuchar(me) más conscientemente. Esos momentos me regalan una manera natural de organizar pensamientos, de añadir conocimiento, de distinguir aquello que ya me toca soltar y ¿por qué no admitirlo? también son momentos en los que sueño y fantaseo. Esos momentos, se han convertido en un hábito tan vital como el propio respirar; y ahora…ya no puedo vivir sin ellos.
Y tú…¿cómo vives tus espacios de soledad intencionada? ¿qué se despierta en esos espacios? Muchas veces, lo que sale a luz en esos momentos no son ilusiones, ideas brillantes o sueños, a veces brotan miedos o emociones más pesadas que están pidiendo ser escuchadas…¿te pasa?
Como siempre, os leo!
Feliz domingo❣️
Julia
PS: La estancia en Sancris, la cual comenzó con calles inundadas, terminó siendo un abrazo cálido al corazón y es que, como solía decir mi amigo Ricardo, “Sancris, siempre te apapacha”.
Puedo sentir, oler y casi saborear cada escena de tu aventura. Que bonito que te regalaste esa incertidumbre, esa experiencia.
Definitivamente los momentos de estar con uno mismo son momentos de honestidad, son momentos tesoro. Como todo, hay temporadas en estos espacios, donde toca crear, a veces limpiar, a veces sanar, donde toca re-conocerse, a veces solo estar. La belleza esta en la presencia de el proceso de hacerse compañía.
He sentido intimidad al leer tu carta.
He tenido durante gran parte de mi vida una lucha con mis momentos de soñar despierto. Me habían dicho que eso era de perdedores, malgastar el tiempo y crear falsas expectativas. Menos mal que al final comprendí que eran momentos enormemente valiosos. Y, en gran parte, lo que define quien soy.
Gracias de nuevo Julia.