Esta cita del libro de "The Surrender Experiment" encapsula perfectamente el estado mental en el que me encontraba.
Sabía que necesitaba una pausa. Eso me había quedado claro. Pero no tenía ni idea de hacia dónde dirigirme. Sabía que ya no quería pasar otro invierno más en Holanda. Recuerdo cuando me mudé a Groningen en 2012, pensé que no podría vivir en ese país más de dos años, que yo era una niña de sol y que el frío y la oscuridad me encogerían el cuerpo…Y no sólo pasaron dos años, si no que pasaron diez. Así que para mi tiempo de “pausa” quería un lugar con sol, con mucho sol, en el que la única opción fuese vestirme con mi ropa de verano que ya tenía tan olvidada…
Quería encontrar un lugar en el que hubiese digital nomads y actividades “conscientes”…aún no he encontrado un adjetivo mejor para describirlas. Con actividades “conscientes” me refiero a experiencias que me invitasen a conectar más conmigo y con mi cuerpo físico; Kirtan y círculos de canto, yoga, cacao, sound healing, fueguitos y ceremonias, meditaciones en grupo y ecstatic dance…Quería naturaleza y poder encontrar jugos frescos en cada esquina.
Parecía que estas comunidades “conscientes” estaban de moda y se encontraban en mil sitios si sabías cómo buscarlas. Y yo sabía. Así que mi lista de países seguía siendo extensa: Costa Rica, Guatemala, Perú, México, Tailandia u otros destinos más a mano como Portugal o las Islas Baleares.
México se presentó por casualidad, ya sabiendo que las casualidades no existen. A finales de enero de 2022, aún en Holanda, aún cerrando mi carrera profesional, Santi, uno de esos amigos que no se pueden describir usando simples adjetivos, me dijo que estaría por México todo el mes de marzo en casa de sus padres. Que estaba invitada a quedarme con ellos. Me sugirió empezar mi “pausa“ allí, en Tequisquiapan; un pueblito mágico que ya había visitado dos años atrás.
Esa señal fue más que suficiente para decidir donde empezaría. Esa misma noche al volver a casa miré billetes a México. Sin fecha de vuelta.
Me dejé llevar, ya no quería darle más vueltas al destino, porque sinceramente, el lugar físico me daba un poco igual. Mi objetivo no hacer turismo convencional, ni irme a viajar de mochilera. Mi objetivo era ir adentro.
Bromeando, llamaba a este viaje mi viaje de monje. No porque fuese a encerrarme en un monasterio o irme a un Ashram a India (no todavía!), lo que buscaba era emprender un viaje hacia mí misma. Quería tiempo. Tiempo fuera de una vida convencional. Tiempo para observarme. Observar mi mente, mis miedos, mis reacciones, mis impulsos y preferencias. Observar cómo tomo decisiones cuando no hay obligaciones diarias - el trabajo, reuniones, la casa o compromisos sociales…
¿Quién soy cuando no hay nadie a quien le tenga que dar explicaciones?
¿Cómo me comporto cuando no se espera nada de mí?
Cuando no hay expectativas…salvo las mías.
Cuando no hay excusas…salvo las que mi mente crea.
Todo eso quería observar.
Todo eso quería sacar de mi subconsciente; mis limitaciones y mis patrones de conducta. Temas que ya venía trabajando durante los últimos años, pero quería más. Quería constatar que realmente todo lo que nos afecta está en nuestro interior, independientemente de las condiciones externas. Buscaba meterme en mis recovecos, conocer esos rincones tan sutiles y tan míos que, a veces, resulta fácil pasar por alto en el bullicio de una vida cotidiana.
Mi viaje empezaría pues en Tequisquiapan, México, en la casa de Santi; ArthousePANI.
Vacié mi apartamento de Oud-West para que estuviese listo para alquilar. Hice el hand-over a la nueva persona contratada para mi puesto. Y disfruté de todo lo que Ámsterdam aún tenía que ofrecerme: su invierno blanquecino, comidas en casa, cafés, mi gato Leo y pasar tiempo con mi gente amada a la que probablemente no volvería a ver en varios meses.
En una de las varias despedidas que viví durante mis últimas semanas en Holanda, salí a pasear con otro amigo mexicano. Nos sentamos frente el canal Jacob van Lennep, a la vuelta de la esquina mi casa. Y me invitó a sacar una carta de su oráculo: un pájaro volando fuera de su jaula. Mi amigo, me dio sus bendiciones y me animó a que me lanzase sin miedo a explorar su país.
México llevaba dos años llamando a mi puerta. Había demasiadas señales que ya no podía ignorar y que ahora no viene al caso detallar. Elegir México, no fue aleatorio aunque en aquel momento así lo pareció. Mi alma ya sabía lo que mi mente aún no entendía.
El 18 de marzo de 2022, me dirigí a Schiphol, ese aeropuerto que había pisado miles de veces (mmm…estoy exagerando! no miles de veces, pero sí incontables). Y no sentí que aquella fuese la última vez. No había drama o melancolía. Era una transición.
Holanda me soltaba, me soltaba con amor. Groningen, Utrecht, Ámsterdam. Sus calles, mi casa. Ya parte de mi impronta. Ahora tocaba aventurarse al siguiente hogar, que ya me estaba esperando con los brazos abiertos…
Julia
Journal Prompts
¿Cuándo ha sido la última vez que te permitiste ir “adentro”? ¿Cómo lo haces? ¿Qué prácticas o actividades son las que te ayudan a conocerte más?
Deja un comentario! Te leo :)
El silencio siempre es un buen aliado para conectar conmigo, para hacerme preguntas y encontrar respuestas. También creo en el poder de la fuerza de las palabras cuando se las haces a la divinidad en voz alta, la vida siempre te hace muy evidente el camino a tomar cuando estás atento.
Deseando leer el próximo!! ❤️