La primera vez que sentí que la vida me invitaba a dejar mi carrera profesional como urbanista / investigadora, fue a finales de septiembre 2021.
Un martes cualquiera, una tarde cualquiera.
Una tarde en la que tenía una reunión en la casa de mi supervisora de tesis.
Hacía pocos días que el comité científico de la universidad de TU Delft había aprobado mi propuesta de investigación. Ahora, casi dos años más tarde de aquello, ni siquiera recuerdo con claridad el nombre de mi propuesta.…”Assessment and use of human physical activity indicators by policy makers in the design of healthy urban neighbourhoods ”…algo así. Algo que aparentase más de lo que realmente era, como ocurre a menudo en el ámbito científico. El caso es que tenía “luz verde” para continuar colaborando con la universidad y el ayuntamiento de Ámsterdam por tres años más (como mínimo). Una posición que había anhelado durante los últimos 6 años; trabajar por fin en la intersección entre investigación, gobernanza e innovación urbana. Pero poco importó. La vida tenía sorpresas.
Aquella reunión de ese martes cualquiera consistió básicamente en una conversación con mi supervisora. Para ella sólo fue una reunión más, para mí, la liberación.
Esa reunión me abrió lo ojos, me abrió los sentidos y algo dentro de mí se desbloqueó.
Tenía claro que mi supervisora estaba en mi vida por una razón clara; era una (gran) maestra. Lo supe el día en que la conocí, allá por 2018. Supe que era maestra porque tocaba mis botones con mucha facilidad, despertando en mí reacciones “muy de niña“, apelando a mis heridas más profundas. A veces me salía ponerme a la defensiva o quería tener la razón a toda costa, otras veces solo buscaba su aprobación, otras, dejaba que sus palabras me hiriesen y rumiaba la situación en mi cabeza por horas, convirtiéndome en víctima. Y en ocasiones, llegaba a mentir para endulzar la situación y no hacer la bola más grande.
Un vaivén emocional interno digno de observar y que hacía tiempo que ya no experimentaba con otras personas en mi círculo social. Y, sinceramente, yo ya no estaba para trabajar (ni vivir) así.
Aquella tarde, durante la conversación, toda esa carga emocional que venía arrastrando pareció haber quedado atrás. No reaccioné. Ni me puse a la defensiva. Ni me tomé nada personal. Aquella tarde estaba presente. Escuché atenta y tomé responsabilidad de aquello que consideraba oportuno. Me mantuve conectada a mi respiración. Sentía que ni siquiera era yo la que estaba contestando.
Y en ese estado de calma fue apareciendo una voz interior muy sútil que me iba susurrando… “Ya no hay motivo para que te quedes aquí. Ya has aprendido la lección. Si realmente quisieses, podrías trabajar en este ambiente, lo lograrías. Harías una buena tesis doctoral, seguirías engrosando tu curriculum y empezarías más proyectos nuevos de Urban Technology. Pero eso ya fue, no es lo que te toca. Eres libre”. Al ir escuchando más y más a esa voz, empecé a notar como una ola expansiva de alivio empezaba a inundar mi cuerpo.
En ese momento no había miedo. No había miedo al pensar que mi carrera profesional como investigadora urbana podría desvanecerse. Estaba tranquila, conectada a mi respiración, sin dejar que otros pensamientos se agolpasen en mi cabeza.
Salí a la calle después de la reunión. Estaba atardeciendo en Ámsterdam y el sol se colaba entre las calles de alrededor de Waterlooplein. No entendía lo que acaba de pasar, ni podía analizar las sensaciones que sentía en mi cuerpo. El clima era todavía cálido, a pesar de ser ya finales de septiembre, así que decidí volver a casa caminando, para empezar a digerir lo que estaba experimentando. Me dirigí hacia Oud-West.
Seguía tranquila. Respirando.
Crucé el Barrio Rojo y Nieuwmarkt y la plaza Dam. Mi Ámsterdam querido. Ese que siempre está, ese que siempre existe. En todo ese camino, mi mente no me atropellaba con pensamientos o dudas, solo me centraba en esa sensación de alivio que seguía inundando mi cuerpo. Poco a poco, esa sensación de tranquilidad, se iba transformando en entusiasmo. Entusiasmo por todas las puertas que podían abrirse si realmente soltaba mi situación laboral actual.
Así llegué al barrio de Jordan. Y el sol seguía cayendo. Y una luz que ya no recuerdo si era naranja o rosa o violácea o una mezcla de todos los colores seguía inundando las calles. Y allí decidí llamar a Jaap, mi amigo del alma, mi “partner in crime”, mi compinche en esta aventura de empezar la tesis. Necesitaba compartir con alguien externo como me sentía en ese momento, para que me ayudase a recordar ese estado cuando la duda volviese.
Y en efecto, las dudas y el miedo aparecieron al día siguiente, con la luz del día. Mi cabeza aún no podia aceptar tan rápido que todo se terminaba. Aunque en mi interior, ya sabía que era inequívoco e irremediable. Empezaba a tener certeza de que ese mundo que yo había creado se me había quedado pequeño. Algo dentro de mí se apagaba cuando pensaba en el simple hecho de continuar. Y ese entusiasmo volvía a encenderse cada vez que pensaba en dejarlo, aunque no tuviese ni idea de lo que vendría después.
En ese momento decidí hacer el primer pacto conmigo misma en este proceso de cambio de vida que estaba iniciando y en el que aún sigo: dejarme guiar por esa sensación de entusiasmo. A esa sensación de entusiasmo la llamé intuición. Y decidí, por una vez, confiar y no intentar responder todas las preguntas que mi mente planteaba.
[sigue leyendo »» aquí]
Julia
Gracias por leer “The Journal“. Suscríbete gratis para recibir los nuevos posts y apoyarme en esta nueva aventura ;)
Journal prompts:
¿Cómo notas la diferencia entre la voz de tu intuición y la de tus propios mecanismos de protección que quieren mantenerte en tu zona de confort? ¿Cómo determinas a quién te toca escuchar en cada momento?
¿Qué prácticas, rutinas o herramientas te ayudan a escuchar y conectar con tu intuición?
Comparte en comentarios! Te leo :)
Atardeceres que dejan huella…
Que hermoso leerte, coincidir y encontrarme en este texto. Sabia mujer poniendo en palabras y compartiendo desde el alma el inicio de lo que muchas sentimos y cuesta expresar.
Cómo me encanta leer de tu viaje interior y de vida… Muy inspirador. Cuando seguimos a nuestra intuición nunca podemos fallar.