Agua, Jungla y Sueños
Tulum me enseñó que el cielo es el límite y con ello, la necesidad de bajar a tierra. Memorias de ‘Mi Viaje de Monje’ | Solo-trip 2022
Esta es la segunda entrega sobre mi estancia en Tulum. Si quieres leer la primera, te la dejo aquí.
No había razones aparentes ni lógicas para quedarme en Tulum, lo único que había era una certeza interna y un sentimiento de comodidad en aquel lugar que hicieron que decidiera permanecer más tiempo.
¿Hasta cuándo? No tenía idea.
Lo que puedo asegurar, es que yo no viví el Tulum que se ve a simple vista, ese del que la gente habla, no fui a fiestas masivas salvo a un par de ‘Ecstatic Dance’, no pasé tiempo visitando los hoteles de lujo frente al mar. No me vestí con los atuendos ‘Tuluminati’ que abundaban en cada tienda, ni me involucré en actividades holísticas - exceptuando el curso de formación que hice en Kundalini Body Work y un par de temazcales - es tanta la oferta de wellness en Tulum, que es difícil saber lo que merece verdaderamente la pena.
Que hubiese sargazo en el mar, que la costa estuviese prácticamente privatizada, que fuese difícil encontrar aparcamiento, el tráfico, el ruido de las obras o el calor exuberante…eran minucias a las que ni siquiera prestaba atención.
Desde luego, ese Tulum existe, ese es el Tulum que te cuentan, pero yo estaba sintiendo la llamada de otra cara. Una cara amable, rica y tierna que me acogía: era la naturaleza hablándome.
El primer cenote que visité fue el Cenote Dos Ojos. Un cenote hermoso y también turístico. Mi conexión con aquellas aguas subterráneas fue innegable. Los Mayas llamaban a los cenotes las entradas al inframundo. Yo salí vibrando. Mi cuerpo se encontraba en efervescencia pura. Después de aquella primera visita, solo había deseos de explorar esa jungla frondosa y adentrarme en ella, para buscar cenotes aún inexplorados y escondidos, lejos del turismo y de las entradas con precio exagerado.
Tulum es algo más que todo aquello que se observa a simple vista. La jungla llenaba mi corazón y hacía que, en ocasiones, lágrimas brotasen de mis ojos, sobrecogida. Imágenes vívidas del sol entre la maleza vienen a mi memoria mientras escribo estas líneas.
Alquilé un apartamento con cocina al final de la Calle 7. Quería cocinarme, asentarme y hacer vida en ese pueblo algo destartalado que me enamoró. Me apunté a mi primer curso de cerámica, busqué clases de yoga matutinas y comencé a ofrecer sesiones de Reiki.
Me paseé por los cafés hipster, decorados al estilo Tulumeño de La Veleta y Tulum pueblo y me mezclé con la comunidad ‘nómada’ (y mayoritariamente extranjera) que hace de Tulum una de sus bases. Personas con las que entablaba conversación mientras tomaba mis cafés en Holístika, Italdo o Long Time Coffee.
Tulum atrae a nómadas digitales y, sobre todo, a emprendedores o inversionistas que, en su mayoría, se dedican al mundo del wellness y las terapias holísticas. Personas, por lo general, muy dueñas de su vida que van creando su propio camino. Me empapé de su conocimiento y experiencias lo suficiente, como para darme cuenta de que realmente otras formas de vida sí eran posibles, otras formas de vida muy distintas de las que yo había frecuentado en mis círculos Europeos. Esas conversaciones me inspiraron e invitaron a soñar más a lo grande.
Las oportunidades – en forma de proyectos, personas e ideas - empezaron a desplegarse ante mí.
Todo es posible. Las puertas en este viaje se están abriendo. No hay límites, salvo los que mi mente crea. Hay demasiadas cosas que podrían ser, que podrían pasar, tantas, que si quiero seguir realmente fluyendo la única opción es ser y estar. Aquí y ahora. - extractos de mi diario. 24 de mayo de 2022.
Ese banquete de opciones que se me presentaba conllevaba una gran responsabilidad: elegir.
Y una gran pregunta: ¿qué quería yo?
No pude contestar esa pregunta. No estaba (o no me creía) preparada.
Lo que me contaba en mi cabeza es que era pronto para tener claridad respecto a qué camino seguir ya que sólo hacía un par de meses que había dejado mi vida de Ámsterdam. En la soledad intencionada de San Cristóbal, ya había palpado que quería crear algo ‘mío’, también sabía que quería escribir y compartir mis experiencias. Pero aquello eran únicamente ideas, ilusiones y sueños que aún ‘tenía que’ aterrizar. De hecho, aún mantenía opciones de trabajo abiertas en Ámsterdam por si decidía volver después del Viaje de Monje.
No decidir es otra forma de decidir y en mi caso, el ‘no decidir’ se debía, en parte, al miedo a lo desconocido y, en parte, a ganas de seguir experimentando. Mi viaje de monje había sido creado para eso y las finanzas estaban ordenadas para poder seguir ese viaje interno y externo por unos meses.
De alguna manera, sentía como la vida me estaba invitando a que me atreviese aún más, que empezase algún proyecto, lo que fuese. Que el salto al vacío de hacía un par de meses sólo había sido el comienzo de esta nueva forma de vivir. Pero yo…yo me sentía navegando entre dos aguas: lo viejo, lo aprendido, lo conocido y lo nuevo, lo incierto, eso (maravilloso) que podía venir, pero que aún no estaba.
Soltar el lastre anquilosado y dejar la forma de vida a la que me había acostumbrado es una transición que requería tiempo, cariño y atención.
Hay que saber reconocer y aceptar cuando no estamos listos para algo. Sin hacer drama.
Tulum había cumplido su función.
En el momento en el que detecté que aún no estaba lista para comprometerme con un proyecto o idea específica - por los motivos que fuese - supe que era el momento de dejar la magia efervescente del lugar.
Tulum fue sueño y oportunidad. Fue fuerza y convicción de que otra manera de vida sí era posible. Tulum fue naturaleza, andar descalza, abrazar árboles, meterme en cuevas. Tulum fue empezar a conectar desde el corazón.
Tulum me enseñó que el cielo es el límite y con ello, la necesidad de bajar a tierra. Supe que necesitaba arraigo después de tanta elucubración sobre el agua. Los únicos con poder y responsabilidad para marcar nuestro rumbo y hacer que las cosas pasen, somos nosotros.
Recolecté las lecciones, visité un cenote entre cavernas en mi penúltimo día y me despedí de la luna que, curiosamente, lucía llena en mi última noche. Y para mi siguiente destino, buscaría un enclave entre montañas para enraizar y traer a tierra lo vivido.
Mi amor por Tulum no fue solo un affair de un par de meses. Ambos, Tulum y yo, sabíamos que en algún futuro - seguramente próximo - volvería…
Con amor,
Julia
Y tú…¿en qué lugares, bajo qué circunstancias o con qué personas te sientes en expansión? ¿con qué frecuencia visitas y te sientes en ese estado? ¿Crees que tu entorno - trabajo, relaciones, actividades, localidad - te facilita experimentar ese estado expansivo?
P.D: A lo largo de esta semana enviaré un email (solo para suscriptores) con el link para apuntarse al curso sobre Substack + código de descuento. Se que el curso se ha hecho esperar, pero las cosas hechas con cariño, llevan tiempo…❤️
¡Increíble Julia! Gracias por compartir tu viaje a Tulum: tus palabras y tus fotos son realmente inspiradoras. Usaré las preguntas que has puesto al final para una sesión de journaling 😁
Gracias por todo, especialmente por tus preguntas que me hacen pensar.