Hoy es mi cumpleaños. Cumplo 37.
Escribo desde el corazón, como en otros tantos artículos pero esta vez, mi intención no es pulir demasiado mis frases. No sé si el texto será largo o corto o si estará bien hilado. Dejaré salir lo que tenga que salir.
Ha sido sido un año imprevisible. Y me gusta que así sea.
Vivir en aventura es lo que enciende mi chispa, por eso no me imaginé que la culminación de mis 36 sería en Ciudad Real. Ni que iba a firmar el contrato de un piso para quedarme aquí unos meses. Agosto vino movido y necesito atravesar las olas bien arraigada. Tener cerca a la familia y a esos amigos ‘de toda la vida’, me hace bien.
El año pasado compartí las lecciones aprendidas durante mis 35. Este año, no me apetece hacer un resumen de lo acontecido, si no que prefiero mirar a mi vida en su conjunto: visitar esa serie de hechos concatenados que me han ido llevando de un lugar a otro y que han conformado quien soy hoy. No es el último año lo que cuenta, es todo lo que me ha traído hasta aquí. Es la riqueza de todas esas vidas vividas la que componen a la Julia que hoy se muestra al mundo.
La Julia que se mudó a Italia con 5 años y que aprendió a leer en otro idioma, antes que en su lengua materna.
La que, al volver a España, se sintió extraterrestre en su propio país - un sentimiento que aunque atenuado, me sigue acompañando.
La que viajó y experimentó otras formas de vida gracias a su padre aventurero: California, el colegio y los inviernos de Sudáfrica, Ecuador, el Amazonas, la farmacia en Ibiza detrás del Café del Mar…enumerando todas estas experiencias, recuerdo el porqué de mi naturaleza aventurera.
Esa Julia que con 15 años, quería estudiar periodismo y empezó el bachiller de letras para cambiarse después de 3 días al de ciencias. Por presión social y porque añoraba la física, la química y la biología.
Esa que terminó metiéndose a estudiar Ingeniería Civil sin entender el porqué. La que no se atrevió a cambiarse a Arquitectura después del primer año de carrera, ni después del segundo, por miedo a tirar ‘todo’ por la borda.
La que, con 20 años, vivió un año transformador en Bari (Italia) comiendo focaccia y paseando por el Lungomare.
La Julia que encontró trabajo de ingeniera sin buscarlo antes de finalizar la carrera, pero que ‘sufría’ porque lo único que tenía claro era que quería irse de España. La que rechazó esa estabilidad y ese ‘algo seguro’ y barajó migrar a Australia o a Brasil.
Esa valiente que, con 22 años, se lió la manta a la cabeza para mudarse finalmente a Groningen. Con un buen trabajo que no la ‘llenaba’ pero que abrió aún más sus miras. Una transición necesaria porque aquel jefe, Kees-Jan, un ingeniero geotécnico, se convertiría en su primer mentor espiritual sin ni siquiera advertirlo.
La que empezó a elegir más consciente, con menos miedo.
Elegir un máster que cambió su vida. Que la llevaría a Utrecht y luego a Ámsterdam. Un máster que le permitió conocer otro sistema educativo en el que tú tomas las riendas. Llegando así al Ayuntamiento de Ámsterdam y a AMS. Llamando a la puerta con una propuesta de 3 páginas y con una idea por desarrollar. La aceptaron. Y se convirtió en esa joven española que chapurreaba holandés por los pasillos y se empapaba de las ‘Urban Policies’ holandesas.
Mudanzas. Relaciones. Rupturas.
Meses y años de sanación profunda -necesaria- de esa que ocurre en oscuridad, a solas y de puertas para adentro, mientras mi carrera profesional florecía.
Convertirme en profesora en la Universidad de Ciencias Aplicadas de Ámsterdam. Diseñar mi primera asignatura: ‘Urban Technology’. Proyectos Europeos. Esa ‘activista’ en pro de los peatones y de acortar las ‘Food Supply Chains’ en las ciudades.
Comprar mi apartamento en la Borgerstraat, ese que ahora añoro cuando me siento confusa.
Covid. Los meses en ‘Art House Holland’ una granja reconvertida en residencia de artistas con mi amigo - casi hermano - Santiago Pani. Meses que siguieron rompiendo barreras mentales. Que me mostraban que vivir de otra manera sí era posible.
Empezar ese PhD catártico. Ese que nunca terminaría, eso era algo que mi corazón ya sabía.
Regresar unos meses a España porque las medidas Covid en Holanda eran inaguantables. Desbloquear partes de mi que hasta ese momento, habían permanecido ocultas.
Romper lealtades. Soltar cargas ancestrales. Liberarme.
Y a partir de ahí…dejar el PhD. Planear Mi Viaje de Monje, ese del que tanto he hablado en The Journal. Tantra, Shakti, meditación. Yoga y silencio. Seguir sanando mi cuerpo.
Otras tantas vidas vividas desde que di ese ‘gran’ salto. Vidas que se sienten más mías porque las elijo más consciente.
Pero todo…absolutamente todo lo que soy ahora, se lo debo a esa pequeña Julia que ha llevado el timón y ha navegado marejadas para traerme hasta aquí. Decisiones conscientes o inconscientes. Acertadas o erróneas. Da igual. Decisiones que, al fin y al cabo, te llevan a donde estás hoy. Acéptalas. Hónralas.
Mi bandera es vivir en apertura. Deconstruirse y construirse sin apegos ni a las nuevas, ni a las viejas versiones.
Este año se ha hecho más patente para mí que no hay ningún punto al que llegar, solo un camino por recorrer. Que no importa cuántos saltos des o los sueños que quieras lograr. Sí, salta y sueña, pero no lo hagas en el nombre del futuro, hazlo en el nombre del presente. Eterno presente, infinito, único y efímero.
Que la vida está llena de deseos logrados pero también de insatisfacciones atravesadas. Aprender que al final del día todo sabe igual. Todo es parte del mismo juego. Presentarse ante lo que viene con igual postura: curiosidad, asombro, ganas de aprender y sobre todo, aceptación.
El año pasado predicaba perseverancia y compromiso. Me he cumplido.
Lo que me mueve ahora - en esta vuelta al sol que recién comienza - es la devoción por lo cotidiano. Un amor que perdí hace tiempo en el nombre de grandes aventuras. Ya viví grandes aventuras y sospecho que vendrán más, pero ahora, sin viaje ni movimiento en la mira, deseo que la gran aventura sea mirar a lo ‘de siempre’ con otros ojos. Esos detalles que antes llenaban mi vida. Comprarme flores. Mi gato desperezándose. Practicar yoga en el mismo lugar, dormir en la misma almohada más de un mes seguido. Dos años y medio de viaje dan para mucho, mi alma sigue siendo intrépida pero mi corazón pide un ‘alto al fuego’, un ‘stand by’. A veces, no sabemos lo que necesitamos hasta que lo tenemos enfrente.
Este año, tomo la acción consciente de esperar y observar aquello que busca desplegarse. Que no solo sea yo dando, yo haciendo, yo decidiendo. Este año pido orden (que no es lo mismo que control) para seguir navegando más libre y ligera.
Hay momentos en los que pienso que la vida no me da tregua, luego recuerdo qué soy yo quien elige. Que todo pasa por y para mi evolución. Voy a por mis 37, a seguir quemando capas y viviendo vidas.
Con amor,
Julia
Y tú…¿cuántas vidas has vivido?
Feliz cumple Juli ♥️
Feliz cumple, Julia ♥️
Qué inspirador conocer un poquito más de todas esas vidas que te han traído hasta aquí hoy y qué bella manera de honrarte!
Te mando un abrazo 🥰