El fin de semana pasado estuve en Valencia. Fue una visita exprés, un poco improvisada. Mi hermana se casa en tres meses y era la primera prueba de su vestido de novia. Dudaba si ir, ya que el sábado por la tarde impartía la primera masterclass del curso Substack de Cero a Cien y prefería hacerlo desde casa, más tranquila, pero la vida siempre sabe dónde debe colocarte. La noche de antes supe que me apetecía acompañarla.
La visita a la ‘terreta’ terminó siendo mucho más. Además de mi tiempo con mi hermana y la masterclass, el domingo tuve tres encuentros con personas muy especiales en mi vida.
El día fue intenso y liviano a la vez, como una sacudida y un soplo de aire cálido al corazón. Lo que premió en cada encuentro fue hablar sin tapujos, ir a lo profundo tan rápido como tocase, sin desvíos innecesarios. Mostrarme como soy. Mostrarse como son. Algunas de estas personas son amigos de ‘toda la vida’. Otros, son personas recién llegadas que se han colado entre los peldaños más altos de mi corazón.
Casualmente (o no) en cada uno de los encuentros, terminamos hablando de relaciones. Sé que todos ellos han atravesado altos y bajos para llegar a la situación en la que ahora se encuentran. No ha sido ‘fácil’, no han vivido cuentos de hadas. Quizá por eso, los admiro más. Los admiro porque todos ellos tuvieron que aprender a navegar sus aguas para construir las relaciones bien cimentadas de las que ahora disfrutan. Todos presentaban patrones disfuncionales a la hora de relacionarse: apegos ansiosos en los que idealizas a la persona que tienes enfrente demasiado rápido, corriendo el riesgo de perderte a ti mismo o por el contrario, apegos evitativos en los que construyes muros para no dejar entrar a nadie, ‘tú y tus movidas’. Y entre ambos extremos, un sinfín de grises con diferentes matices. Patrones con una raíz similar: miedo a sufrir, miedo a que nos hagan daño, miedo a aceptar la realidad tal como es y sólo querer vivir en los ‘high’…Terminamos hablando de vínculos porque cada uno de ellos me compartió sus ‘historias de amor’
“¿cómo lo hicisteis? ¿cómo rompisteis y salisteis de esos patrones?” - pregunté.
“Llega un punto que te cansas de repetir algo que no te gusta, algo que ya sabes que no funciona y decides (más o menos) consciente salir de ahí” - me dijeron.
Los entendí. Se cansaron de darse zapatazos contra la pared. A veces, aprendemos a través del amor y otras, a través del sufrimiento. Ambas opciones ‘válidas’, siempre que te lleven al siguiente nivel.
Pero profundizando un poco más, advertimos que el cambio no había llegado (sólo) a través del sufrimiento. Había algo más, otro factor clave que se asemejaba más al amor: la confianza y fe inquebrantable de la otra persona que conformaba el vínculo incipiente. Esa persona que con templanza supo mantenerse anclada mientras la otra parte, navegaba sus marejadas, rompiendo patrones. Esa persona capaz de sobre llevar los cambios emocionales, las dudas o ganas de huir de la otra. Una persona que no daba la espalda y que tampoco reclamaba o exigía. Una persona capaz de proveer espacio y entendimiento. Esa otra parte de la balanza, fue también clave en cada uno de los procesos. Hay personas así, inquebrantables, que son capaces de estar para el otro incluso cuando el otro se abandona. Y ‘estar para el otro’ no implica saltarse sus límites. Están hechas de otra pasta y son capaces de discernir cuando la fe y la confianza en esa relación, puede más.
Me hace sentido, porque cuando una parte está insegura o se encuentra en desequilibrio, se necesita estabilidad del otro lado. Eventualmente, seremos capaces de darnos lo que necesitamos, pero mientras ‘sanamos’ nuestra manera de vincularnos…¿no es hermoso encontrar a una montaña en el otro que nos dé cobijo, tranquilidad y fuerza?
No sugiero que la persona más segura o estable siempre ‘deba esperar’ a que el otro navegue sus tormentas internas. No todo son cuentos ‘felices’. Sólo comparto que estos fueron mis encuentros y las señales que la vida me está dando: a veces, sí toca trabajar en uno mismo y limpiar esos patrones en soledad pero otras, es cuestión de trabajar en conjunto, abrirse y aceptar que la otra persona te sostenga y acompañe en tu proceso.
En este momento, yo sigo practicando ser mi propia montaña. Ser así de honesta conmigo, me acerca a mi realidad. Me ayuda a aceptar en donde estoy parada y mirar mi situación con cariño. Quizá, en este momento, sí necesitaría y querría tener una montaña del otro lado que me sostuviese pero lo único que está en mi mano, es seguir nutriendo el vínculo conmigo. El resto, son sólo factores externos que escapan a mi control y que la vida traerá si así lo considera.
Y tu cuéntame…¿cómo ha sido o está siendo tu proceso de vincularte? ¿eres o fuiste la montaña que sostiene?
Con amor,
Julia
Creo que sí, que existen esas personas generosas, pacientes y valientes que son capaces de esperar, comprender y sostener mientras la otra persona aprende que allí no hay nada de que escapar o que no son ese ser idealizado que la otra persona busca. Y creo también que todos somos capaces de ser esa montaña y, a su vez, susceptibles de necesitar otra montaña en otros momentos. Que bonita forma de explicarlo Julia 😊
Lo has puesto super bien en palabras, Julia, nos encanta. Es un tema desde luego muy complejo y que choca con la doctrina individualista de nuestra sociedad que nos insta a sacarnos nosotros mismos las castañas del fuego y nos dice que nadie nos va a ayudar y que no nos desgastemos ayudando a nadie. Y al mismo tiempo, es peligroso caer del otro extremo porque puedes abandonarte a ti mismo, creer que la otra persona va a cambiar cuando a lo mejor no lo hace. No sé si hay una fórmula. Quizá en esto, como en muchas otras cosas, uno no puede hacer cálculos, considerar ventajas e inconvenientes, sino apelar a la inteligencia intuitiva. Un abrazo y gracias por esa visita tan mágica 💜