Paisaje interno, slow-travel y trabajar remoto: el inicio de otro 'solo-trip'
Diario desde Tailandia
La publicación de esta semana es más improvisada que de costumbre. Ya tenía un artículo preparado para enviar este domingo por si, debido a mi llegada a Tailandia, no encontraba tiempo o claridad para escribir. Pero me encuentro despejada y me apetece enviar un update del viaje. Voy a hacer honor al nombre de la newsletter ‘The Journal’ -el diario- y compartir con vosotrxs mis primeros días. Sensaciones. Pensamientos. Lo que hay presente.
Lunes, 5 de febrero
Estoy de escala en Singapur a la espera de mi tercer vuelo. Tengo cinco horas por delante. Hay wifi gratuita así que abro Substack y me embarco en la lectura de Despertares 11 de
. Su formato me da la idea para escribir esta publicación (Cuca, gracias por traerme inspiración y paz).Voy vagando entre aeropuertos con cara de pícara, voy sintiendo de nuevo ese nervio, que no es tensión. Es emoción y es entusiasmo. No sé que viene y eso me gusta.
Llego a Koh Samui a las 22:30, hora local. Sin complicarme la vida buscando buses o shuttles compartidos, pido un taxi para ir directa a mi alojamiento. Check-in. Deshago un poco la mochila. Ducha. Yoga. Aceites esenciales y a la cama.
Martes, 6 de febrero
No pude conciliar el sueño hasta las 4 am pero igualmente, me obligo a salir de la cama temprano: quiero entrar en el horario local cuanto antes. Medito y bajo a desayunar a la cafetería del hotel, no me siento con fuerza para explorar y mi alojamiento parece estar alejado de todo.
Me sumerjo en la piscina y me paso la mañana chapoteando: nado, buceo, hago volteretas. Descomprimir, desentumecerme. Empiezo a leer ‘La montaña eres tú’ de Brianna Weist. Este libro ha sido uno de los cuatro elegidos para mi viaje. Un acierto total. Leyéndolo, aparecen ideas interesantes que me pueden ayudar a completar mis talleres futuros. Las apunto en el iPad.
Hacia mediodía, mi lado explorador empieza a activarse y una voz me susurra que es hora de ponerse en marcha. La meta que me marco para el primer día es sencilla y - en teoría - asequible: hacerme con una tarjeta SIM y encontrar un cajero. Quiero ir andando, no más taxis, quiero conectar con el país. Andar aquí es un reto: no hay aceras y el tráfico es considerable, advierto que pronto necesitaré ir en moto…
Llego al primer 7/eleven y de ahí me mandan al siguiente. Voy sin internet, un poco desubicada y eso me obliga a entregarme a la experiencia. Mirar, preguntar, oler, sentir. Estar ahí. Nuestra cabeza siempre lo pinta todo peor de lo que es y me resulta liberador cuando suelto mis elucubraciones mentales para poner más atención a lo que ocurre.
Me voy dando cuenta de cosas…Las personas hablan inglés limitado, lo que no me permite desplegarme como yo me despliego normalmente. Intento entablar conversación con camareros, cocineras, dependientes de tiendas y masajistas que anuncian sus servicios, pero la conversación es transaccional. No es México. Esa magia de llegar y bajar a la primera tiendita de la esquina y quedarme charlando una hora…intuyo que aquí no va a pasar.
Consigo mi SIM, encuentro el cajero y en el camino me paro a comer en un puesto de comida local. Primer Pad Thai😉
Miércoles, 7 de febrero
Me levanto despejada. He dormido 9 horas. Leo y sigo preparando el contenido del curso de Substack: hoy toca el tema de los emails automatizados. Por la tarde me lanzo a ir al templo de Buddha a pie, medito allí y ceno mirando el atardecer.
Conmigo.
Vuelvo a mi habitación; a las 8pm tengo una sesión de asesoramiento personalizada para Substack y después una reunión con una amiga que me está orientando con esto de las ventas online “gajes del (nuevo) oficio” - me digo. Lo del cambio de hora me desbarajusta un poco; no me gusta trabajar hasta tan tarde, me gusta empezar a relajar el sistema nervioso horas antes de irme a dormir, pero bueno…poco a poco, tengo que probar a ver qué funciona desde aquí. ‘No estoy de vacaciones’ - me recuerdo. Claro que me tomaré días libres (en algún punto) pero mis proyectos tienen que seguir.
Jueves, 8 de febrero
Salgo a correr temprano. Hoy dejo Koh Samui para dirigirme a Koh Phangan. Mi destino deseado. La isla que hizo que me decantase por Tailandia.
En este país fluyo. Me muevo tranquila aunque no sepa bien cómo llegar a mi siguiente destino. No necesito tener todo planeado con antelación. En mis primeros viajes sola no era así, era una control-freak.
Tomo el ferry.
Me alojo al norte de Koh Phangan. La zona a la que cariñosamente llamo el cogollo ‘hippie-pijo’ de la isla. Lo sé porque es el área con más Shalas de yoga y cafés hipster por kilómetro cuadrado, signos básicos de gentrificación.
Mi habitación es un sueño; pequeña y coqueta con un balcón desde el que se ve el atardecer sobre el mar. Estoy en la cima de una colina, algo aislada porque ese es el propósito. La piscina, el co-working y la cocina compartida quedan abajo de la colina: quiero cocinarme y poder trabajar desde ‘casa’.
Escucho a la naturaleza…grillos, ranas, pájaros. Me siento acogida. Respiro paz en esta isla y a la vez, mi mente está despierta; hay ideas frescas como lechugas que buscan salir con fuerza, voy tomando nota de todo.
Busco otro atardecer. Música en vivo. Los colores del mar y el cielo se funden y ya no sé qué es qué. Espacios liminales.
¿será este el comienzo de un nuevo amor?
Viernes 9 de febrero
El slow-travel es una carrera de fondo. Es un vivir en otro lugar. Es un aprender a dosificarse. Por eso quiero recalcar la importancia de tener rutinas diarias que nos ayuden a volver a nuestro centro. Cuando lo cotidiano se pierde, lo que te queda son tus prácticas para traerte a tierra. Muchas de las mías ya las conocéis: estirarme en las mañanas, hacer deporte, yoga, meditar, salir a pasear con música, escribir...
Busco un café, me siento a leer y continúo escribiendo este artículo. Por la tarde, voy (por fin) a la playa y a hacer yoga cerca del mar. La conexión con mi cuerpo se reaviva. Andar descalza, ir ligera de ropa.
Mar. Sal. Sol. Vida.
Sábado 10 de febrero
Es extraño: no estoy conociendo gente, lo que por un lado me asombra - dada mi naturaleza parlanchina- y por otro me tranquiliza: así puedo seguir a lo mío. Ni siquiera me he unido a los grupos de Facebook, Whatsapp o Telegram de aquí para ir a algún evento. Por ahora, me basta con mirar alrededor y apreciar que estoy en un paraíso. Me siento en equilibrio. Tengo curro (=trabajo) por delante y estoy disfrutando de eso.
Domingo 11 de febrero
Estoy terminando de editar esta publicación durante mi mañana. Decido qué fotos incluir. Las edito. No es una publicación convencional, lo sé, pero esta semana me salió de dentro compartir mis diarios. Otra forma de conectar, otra forma de desnudarme. Un libro abierto.
Vuelvo a las andadas, a viajar, a viajar sola, a conocerme, a mirarme de frente. A comprobar que mis entresijos siguen siendo los mismos, esos que ya voy conociendo bien y que ya no dan miedo, mis dudas: qué hacer, dónde ir, qué explorar…hoy me escucho más y a la vez, me escucho menos para no dejarme llevar por las voces impacientes que me susurran que tengo que llegar a todo. Hoy, compruebo como, simplemente, me dejo ser.
Viaja, no para conocer, si no para desconocer. Porque cuando lo conocido desaparece, llega la oportunidad de reinventarse.
Con amor,
Julia
Y tú…¿viajas sólo/sola? Cuéntame. Te leo❤️
Celebro este comienzo de este nuevo amor y es que no es para menos 😍😍😍 es todo para más. ❤️
En qué paraíso has aterrizado, qué maravilla! Me gusta tu concepto de slow travel. Así es Como deberían ser todos los viajes. Sin prisa, saboreando cada instante. Un abrazo 🤗 M.